Estaban junto a la cruz de Jesús su madre
y la hermana de su madre, María de Cleofás,
y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre
y al discípulo a quien amaba,
que estaba allí, dijo a su madre:
Mujer, ahí tienes a tu hijo.
Después, dice al discípulo:
He ahí a tu madre.
Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa.
Jn 19, 25-27.
Reflexión
Una espada[1].
Posiblemente la historia más lacónica, completa y patética de la Biblia, está resumida en estas palabras: «Junto a la cruz de Jesús estaba, de pie, su Madre» (Jn 19,29). Estas breves palabras evocan un vasto universo con implicaciones trascendentales para la historia de la salvación.
En otro lugar de este libro hablamos ampliamente sobre la Maternidad espiritual que nace aquí, al pie de la cruz. En este momento sólo nos interesa enfocar nuestra contemplación exclusivamente desde el punto de vista de la fe.
La pregunta clave para ponderar el mérito, y por consiguiente la grandeza de la fe de María, es ésta: ¿sabía María todo el significado de lo que estaba aconteciendo esa tarde en el Calvario? ¿Sabía, por ejemplo, tanto cuanto nosotros sabemos sobre el significado trascendental y redentor de aquella muerte sangrienta?
Según como sea la respuesta a estas preguntas, se medirá la altura y profundidad de la fe de María. Y la respuesta dependerá, a su vez, de la imagen o preconcepto —muchas veces emocional— que cada cual tenga sobre la persona de María.
¿Y María? Primeramente, no debemos olvidar que María alternaba y se movía en medio de este grupo humano tan desorientado y abatido.
Yo no puedo imaginarme —ésa es mi imagen— a María adorando emocionada cada gota de sangre que caía de la cruz. Yo no podría imaginarme que María supiera toda la teología sobre la Redención por la muerte de cruz, teología que nos enseñó el Espíritu Santo a partir de Pentecostés.
Junto a la cruz[2].
De nuevo tenemos que acudir a una historia, tan breve como completa, que dice así: «Junto a la cruz de Jesús estaba, de pie, su Madre» (Jn 19,25).
Impresiona la personalidad de María por sus relieves de humildad y valentía. A lo largo de su vida, siempre procuró quedar oculta en la penumbra de un segundo plano. Cuando llega la hora de la humillación, avanza y se coloca en primer plano, digna y silenciosa. Marcos nos relata que, en el Calvario, había un grupo de mujeres que «miraban desde lejos» (Me 15,40). Entretanto, Juan nos señala que la Madre permanecía al pie de la cruz.
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