Y lo llevaron al lugar del Gólgota, que significa lugar de la Calavera.
Y le daban a beber vino con mirra, pero él no aceptó.
Y le crucificaron y repartieron sus ropas,
echando suertes sobre ellos para ver qué se llevaba cada uno.
Era la hora tercia cuando lo crucificaron.
Y el título de la causa tenla esta inscripción:
El Rey de los Judíos.
También crucificaron con él a dos ladrones,
uno a su derecha y otro a su izquierda.
Mc 15, 22-27
Reflexión
Al llegar al lugar de la calavera[1], de donde proviene el nombre de Calvario, que no era un monte, sino un pequeño promontorio redondo y rocoso, situado cerca de las murallas y próximo a una de las puertas de la ciudad, el Pobre fue despojado de sus vestiduras: la exterior o manto y la interior o túnica, que pasarían a ser propiedad de los soldados a quienes les tocaran en suerte. Luego fue tendido en el suelo, extendiéndole sus brazos sobre el madero transversal, clavándolos al mismo, no a través de las manos, sino de las muñecas, entre los huesos del antebrazo, fijándolos así al madero. A continuación, con un sufrimiento imposible de ponderar, se izaba el cuerpo hasta ajustar el madero transversal al vertical, en una operación tan cruel y denigrante como cuando un animal degollado y eviscerado es colgado de un gancho en el matadero. Una vez que se sujetaba el patibulum (horizontal) sobre el stipes (vertical), se atravesaban los pies con clavos en el juego que hacen los huesos de los tobillos.
La cruz no fue un árbol esbelto de elegantes líneas geométricas, sino más bien baja, de tal manera que los pies del crucificado casi rozaban el suelo.
Normalmente, los crucificados morían asfixiados, que, sin duda, es la muerte más exasperante. Al no poder respirar, los crucificados se convulsionaban con terribles espasmos, violenta agitación de la caja torácica, angustiosamente abierta la boca y con los ojos desorbitados. Esta agitación del tórax repercutía en las heridas de las manos, que se desgarraban, aumentando el dolor hasta el paroxismo. Rápidamente, el cuerpo se ennegrecía a causa de los coágulos de sangre y de los insectos que acudían a cebarse en ella; y no pocas veces las aves de rapiña se congregaban en torno a los crucificados, dando a la escena un aspecto fantasmal, que no causaba lástima, sino espanto y repulsión, o, más exactamente, horror.
[1] El Pobre de Nazaret - Capítulo VIII: CONSUMACIÓN. En las aguas profundas.
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