Estas vivencias del Absoluto cruzan las páginas del Evangelio mezcladas con vivencias de otro género. Jesús habla de Dios, y sentimos detrás de sus palabras el eco de una gran pasión. Recoge las voces de los grandes profetas y las lleva a una altura estremecida.
La iniciativa y la consumación sólo a Dios pertenecen. Él organiza las bodas y sale por los caminos cursando invitaciones (Lc 15,3-7). ¿Dónde y cuándo se apagará el fuego de la humanidad? Sólo Dios sabe la hora exacta (Mc 13,32). ¿Quién ocupará el primer lugar en el Reino? La decisión está en Sus manos (Lc 12,32). Simón, has hablado correctamente, pero no fue por un golpe de instinto ni por tu innata sagacidad. Fue inspiración de lo Alto (Mt 16,16). Hay que escalar este risco vertical, hay que saltar por encima de ese abismo. Ello es imposible para nosotros, pero ¿para Dios? ¡Ah!, para Dios todo es posible (Mc 10,27). Si creyeran, verían prodigios: saltando como un cabritillo, ese cerro se desplazaría hasta el mar; a esta araucaria le nacerían alas como las de un cóndor, y volaría a otros Continentes para echar allá raíces (Lc 17,6).
Así es Jesús: un profeta deslumbrado por la potencia infinita, la fuerza y la santidad de Dios. No soporta que nadie usurpe la gloria que sólo a El le corresponde e invita a jugarse por Él hasta las últimas consecuencias, con una radicalidad que asusta (Mt 8,22; Mc 10,21). Ignacio Larrañaga - El Pobre de Nazaret, Capítulo I: Una larga noche. Una historia monoteísta.
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