Cuando le llevaban echaron mano de un tal Simón de Cirene,
que venía del campo y le cargaron la cruz
para que la llevara detrás de Jesús.
Lc 23, 26
Reflexión
Jesús debía estar sumamente debilitado[1] a causa de todas las torturas que había padecido, y en especial por la lacerante carnicería y la abundante hemorragia de la flagelación. Por lo que debía sentirse casi exánime, caminando vacilante y tambaleando bajo el peso del madero. Era, pues, posible que desfalleciera en el camino, peligrando así la ejecución. Previendo que tal cosa pudiera suceder, el centurión, responsable ante la ley de la ejecución de la sentencia, obligó a un hombre que se cruzó con el cortejo, llamado Simón, a cargar el patibulum unos cientos de metros. Probablemente Simón no conocía a Jesús acaso ni de nombre. Pero algo sorprendente y misterioso debió sucederle al Cirene en ese día o tal vez más tarde: el hecho es que dos de sus hijos, Alejandro y Rufo, pocos años después eran figuras destacadas en la comunidad cristiana de Roma (Mc 15,21).
[1] El Pobre de Nazaret - Capítulo VIII: CONSUMACIÓN. En las aguas profundas.
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