Cuando el interior del hombre está liberado de intereses, propiedades y deseos, Dios puede hacerse presente allí sin dificultad. En cambio, en la medida en que nuestro interior está ocupado por el egoísmo, entonces no hay lugar allí para Dios. Es un territorio ocupado.
Así llegamos a comprender que el primer mandamiento es idéntico a la primera bienaventuranza: en la medida que somos más pobres, desprendidos y desinteresados, Dios es “más” Dios en nosotros. Cuanto más “dios” somos nosotros para nosotros mismos, Dios es “menos” Dios en nosotros.
Muéstrame tu Rostro
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