Una noche estrellada, una montaña nevada, un amanecer radiante nos pueden despertar a Dios, pero no son Dios mismo, sino otra cosa: evocadores, despertadores, mensajeros. Como dice san Juan de la Cruz: «No quieras enviarme / de hoy ya más mensajeros / que no saben decir lo que quiero». Y comenta el místico «Cómo se ve que no hay cosa que pueda curar su dolencia, sino su presencia…, pídele le entregue la posesión de su presencia». Más allá de los vestigios de la creación y de las aguas que bajan saltando y cantando, el alma busca el manantial mismo, mejor, el glaciar de las nieves eternas que contiene todas las aguas, es decir, Dios mismo.
26 de octubre
El Sentido de la Vida – Padre Ignacio Larrañaga
Comments