Desde las profundidades afloran a la superficie del hombre las energías salvajes, hijas del egoísmo: orgullo, vanidad, envidia, odio, resentimiento, rencor, venganza, deseo de poseer personas o cosas, egoísmo y arrogancia, miedo, timidez, angustia, agresividad. Estas son las fuerzas primitivas que lanzan al hermano contra el hermano, al cónyuge contra el cónyuge, obstruyendo y destruyendo la unidad. Sólo Dios puede bajar a las profundidades originales del hombre para calmar las olas, controlar las energías y transformarlas en amor.
1 de diciembre
El Sentido de la Vida – Padre Ignacio Larrañaga
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