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Foto del escritorTOV-Costa Rica

Shemá Israel - El Pobre de Nazaret



Esta tradición monoteísta había esculpido un "credo" de granito, llamado Shemá, que todo israelita rezaba dos veces por día. El Shemá no sólo era la viga maestra de toda oración judía, sino también la sangre de la cultura nacional, la bandera de la patria y la expresión de la última razón de ser de Israel, pueblo colocado en medio de los otros pueblos para recordar y proclamar que "Dios es": "Escucha, Israel: Javhé, nuestro Dios, es uno y único. Amarás, pues, a Javhé, tu Dios, con toda tu alma, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas..." (Dt 6,4-9). 

Jesús, desde que fue capaz de balbucir las primeras palabras en arameo, aprendió de memoria estos versículos. Desde que el niño, a través del proceso evolutivo de la infancia, fue capaz de asimilar el sentido de las palabras, su espíritu se nutrió con el recio alimento del Shemá. Más tarde repitió millares de veces estas mismas palabras: cuando todavía caminaba de la mano de su madre; cuando iba con el cántaro a la fuente; cuando ascendía a las onduladas colinas para recoger leña o cuidar de los cabritos; cuando, ya adolescente, a los quince años, salía a las noches estrelladas, o en el humilde taller modelaba un yugo de bueyes o una carreta.

Éste es un dato de capital importancia para vislumbrar la vida interior de Jesús, y que nos permite afirmar que su primera vivencia religiosa fue la experiencia de lo absoluto de Dios. 

Ignacio Larrañaga - El Pobre de Nazaret 

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