Lectura del santo evangelio según san Juan (20,1-9): EL primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. Palabra del Señor
Comentario de la Espiritualidad TOV
| El Pobre de Nazaret | 4. Los primeros pasos | Antorcha azul |
—Soy el Pobre de Dios, el Siervo de mi Padre. No tengo nada, y por no tener nada, ni siquiera tengo voluntad propia. Les contaré una historia: Las voces de la noche ascendían dulces, serenas, eternas. Nazaret dormía aún, y soñaba; caravanas de estrellas recorrían el firmamento. Una antorcha azul abrió, de repente, una hendidura en el firmamento, dejando tras de sí un río de luz blanca y azul. Era el Hijo de Dios, mejor, el Pobre de Dios. La antorcha azul se irguió como un estandarte en la roca más alta de la cima más alta del mundo, dobló las rodillas, extendió los brazos y lanzó un grito que llegó a los bordes del mundo. El grito decía: "Heme aquí que vengo, oh mi Dios, para cumplir tu voluntad". Y el eco fue rebotando de montaña en montaña. Al primer eco, el invierno contestó: La primavera está en mi corazón; al segundo eco, la muerte contestó: La resurrección está en mi corazón; al tercer eco, el vacío agregó: El Reino de Dios está en mi corazón.
Jesús estaba como tomado por una viva inspiración, y continuó como definiendo su propia identidad personal: —No soy un sembrador que esparce la semilla al viento; no he venido para rescatar a los muertos de las garras de la muerte; no he venido para esparcir flores sobre los tullidos o para limpiar a los leprosos de sus llagas. He venido para dar cabal cumplimiento a la voluntad de mi Padre. No preguntaré, no cuestionaré, no me resistiré, no me quejaré. No soy un profeta, ni un mensajero, ni siquiera un redentor. Soy un Pobre de Dios, sumiso y obediente, atento a lo que mi Padre desea. Por eso el Padre me quiere tanto, porque cumplo su voluntad. Este es mi destino, para eso he venido. Soy simplemente eso: el Pobre de Nazaret.
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