En un despliegue de luz y fantasía, y con un racimo de brillantes metáforas, el salmo 139 percibe la omnipotencia y omnisciencia divinas, que envuelven y embriagan al hombre, como una luz, por dentro y por fuera, desde lejos y desde cerca, en el movimiento y en la quietud. Llegado el momento, el salmista queda pasmado por tanta ciencia y presencia que lo desbordan y trascienden definitivamente: «Qué incomparables encuentros tus designios; Dios mío, qué inmenso su conjunto».
27 de octubre
El Sentido de la Vida – Padre Ignacio Larrañaga
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