¡Dios mío; me desbordas, me sobrepasas, me trasciendes definitivamente! ¡Qué razón tenía aquel que dijo que lo esencial siempre es invisible a los ojos! Eres verdaderamente sublime, por encima de toda ponderación; Dios mío, ¿quién como Tú? ¡Oh presencia, siempre oscura y siempre clara! Eres aquel misterio fascinante que, como un abismo, arrastras mis aspiraciones en un vértigo sagrado, aquietas mis quimeras, y sosiegas las tormentas de mi espíritu. ¡Quién como Tú!
18 de enero
El Sentido de la Vida – Padre Ignacio Larrañaga
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