Oh Padre de ternura: en esta tarde tomo en mis manos este cáliz amargo y lo depositó amorosamente en tus manos como prenda de amor y precio de rescate. Asumo el dolor de la humanidad entera en mi propio dolor. Asumo el asesinato de millares de seres inocentes en mi propio asesinato. Quiero cargar con las infinitas injusticias y atropellos de la humanidad en mi propio ajusticiamiento. En mi agonía agonizarán los moribundos de todos los siglos. Quiero que en esta tarde, Padre amoroso, el inmenso cúmulo del sufrimiento humano, una vez transformado en amor en mi dolor, tenga sentido de redención y valor de expiación y así el dolor sea santificado para siempre. En suma, quiero que en esta tarde el dolor y el amor se abracen como el crepúsculo y la aurora, y sea la redención un árbol de fronteras abiertas que, con su sombra, cubra a la humanidad entera; quiero empujar a la humanidad hacia un hogar desconocido, librar a los cansados pies de las pesadas cadenas y echar a rodar un amor que no posee ni es poseído.
Me expulsan de la vida, Padre mío, porque no quise entrar en el círculo de sus esquemas y sistemas, porque tú, Padre mío, me enviaste para establecer otros mundos en otras órbitas. Tenía que acabar de esta manera como consecuencia de mi fidelidad a tu plan de salvación, y así mi muerte será consecuente con mi vida. En tu nombre he escandalizado, en tu nombre he sido rebelde y desobediente contra los que me censuraban en tu nombre y en tu nombre me condenaban como blasfemo. Por ser fiel a ti entré en conflicto con las autoridades, y aquí estoy para cumplir tu voluntad. Por obedecerte, Padre mío, me levantaron altas olas que me han empujado al vértice de esta cruz. El reino que no he conseguido instaurar lo dejo en tus manos; sé que eres capaz de erigirlo sobre los escombros de mi vida. Aunque no vea las cartas, confío en ti: mi dolor y mi muerte serán el mayor servicio en favor de mis hermanos y mi mejor homenaje de amor hacia ti.
Padre de ternura, acogí a los pecadores y a los abandonados, compartí sin escrúpulos su mesa y su condición de marginales, les mostré tu nuevo rostro de Padre amoroso que acoge a los que están perdidos y no excluye a nadie; les revelé que el Reino es bienaventuranza para los pobres y acogida para los pecadores; y esta muerte, que es consecuencia de mi vida, la deposito en tus manos como ofrenda de amor y redención por los pecadores. Arrastro conmigo la pobreza y el pecado del mundo a la nada en que estoy convertido. Con la ofrenda de mi existencia comparto la suerte de los pobres y me solidarizo con la situación de los marginados en que se hallan, como yo ahora, los excluidos de la sociedad.
Ignacio Larrañaga - El Pobre de Nazaret
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