Después de decirnos que Cristo “estuvo circundado de fragilidad” (Heb 5,2), agrega la Carta a los Hebreos que (Cristo), sufriendo, “aprendió a obedecer” (Heb 5,8). Llama la atención esa expresión obedecer. Hay militantes ateos, aun hoy día, que asumen la tortura y la muerte con una actitud estoica, llamemos pasiva o fatalista, sin inmutarse.
Pero el término obedecer introduce un matiz distinto: viene a indicar que Cristo asumió el dolor de una manera personal, activa, como una ofrenda consciente y voluntaria, dando así a su sufrimiento un significado y un vuelo de apertura hacia el hombre universal.
Y así, “por haber sufrido, puede ayudar a los que sufren” (Heb 2,18). Como radios que desde la superficie convergen en el centro de la esfera, los padecimientos de cada día hacen que Cristo y el hombre se junten y se encuentren en el centro del círculo: el dolor. Hermanados en el dolor.
Y por pertenecer a la entraña misma de la familia humana, Jesús tiene voz y autoridad para convocar a todos los desgarrados por la tribulación, para ofrecerles una copa de alivio y descanso (Mt 11,28).
Del sufrimiento a la paz
Capítulo IV: Asumir
5. Sufrir y redimir
5.1. Morir con Cristo
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