En muchos momentos, el Evangelio advierte expresamente que «se compadeció» (Mt 9,36; 14,4; Mc 1,41; Lc 7,13). Se transformaba su rostro, se identificaba con la desgracia, su estremecimiento interior se reflejaba en las palabras y en los ojos. Como Jesús, que no podía contemplar una aflicción sin conmoverse: es que nunca vivía «consigo», siempre salía «con» y «para» los demás.
Este vivir «para» el otro, sufrir «con» el que sufre fue algo tan notorio, impresionó tan vivamente que los testigos no lo pueden olvidar y lo hacen constar frecuentemente: «Jesús se compadeció del leproso, tendió hacia él la mano, y le tocó diciendo: Quiero, sé sano» (Mc 1,41>; «Jesús se compadeció de las turbas y los enfermos» (Mt 14,14); «Jesús recorría ciudades y aldeas... sanando toda dolencia y toda enfermedad» (Mt 9,35); no puede tomar alimento hasta curar al hidrópico (Lc 14,2-4); en la sinagoga interrumpe su predicación para sanar al hombre de la mano seca (Mc 3,16) y a la mujer encorvada (Lc 12,11-12).
Como Jesús, que convida a la gran masa de oprimidos y agobiados, pues para ellos tiene un mensaje que les dará Paz (Mt 11,28ss). Él ha venido para sanar a los heridos de corazón, anunciar la libertad a los esclavos, a los ciegos la vista y a los oprimidos la liberación (Lc 4, l8 ss).
Como Jesús, que se entregó a los abandonados y olvidados con todo lo que era: su pensamiento, su oración, su trabajo, su palabra, su mano (Mt 8,3), su saliva (Jn 9,6), la franja de su vestido (Mt 9,20). Pone las obras de misericordia como el programa de examen final para el ingreso en el Reino (Mt 25,34ss).
Como Jesús, que, con infinita sensibilidad, se identifica con los necesitados: fue el mismo Cristo quien tuvo hambre, sed, fue huésped, estuvo desnudo, enfermo, preso.
Muéstrame tu Rostro. Capítulo Quinto: Oración y Vida. 3. Según la figura de Jesús: Misericordioso y sensible.
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