Líbrame, Dios mío, de la sangre y sus tiranías. Líbrame de estas leyes que inexorablemente me llevan hacia adentro y hacia el centro donde está erigida la estatua de mí mismo y verás cómo mi lengua suelta a los cuatro vientos el himno de la liberación. No me expulses de la patria de tu mirada. Un día, Señor, la alegría huyó de mi casa como una paloma asustada. Haz que ella regrese feliz a mis aleros para que mi vida sea música a tus oídos, y no te olvides de poner en mis cimientos un material noble y generoso.
1 de noviembre
El Sentido de la Vida – Padre Ignacio Larrañaga
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