Tanto en la amistad, como en el matrimonio o en la vida comunitaria…, el otro también tiene un yo diferenciado e inefable, es un misterio. Los demás no son, pues, un otro, sino un tú. En mi relación con un tú (juegos de apertura-acogida) yo tengo que ser simultáneamente oposición e integración. En efecto, en una buena relación tiene que haber, pues, una oposición: y yo tengo que relacionarme siendo yo mismo. Integración de dos interioridades. De otra manera habría absorción, lo que constituiría anulación del yo, en cuyo caso estaríamos metidos en un cuadro patológico: una enfermedad por la que dos sujetos se sienten subjetivamente realizados (felices), el uno dominando y el otro siendo dominado. En los dos casos queda anulada la individualidad.
29 de agosto
El Sentido de la Vida – Padre Ignacio Larrañaga
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