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III Estación: Jesús es condenado a muerte por el Sanedrín




Del Evangelio según San Mateo 26,59-67

Los príncipes de los sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un falso testimonio contra Jesús para darle muerte; pero no lo encontraban a pesar de los muchos falsos testigos presentados. Por último, se presentaron dos que declararon: Este dijo: Yo puedo destruir el Templo de Dios y edificarlo de nuevo en tres días. Y, levantándose, el Sumo Sacerdote le dijo: ¿Nada respondes? ¿Qué es lo que éstos testifican contra ti? Pero Jesús permanecía en silencio. Entonces el Sumo Sacerdote le dijo: Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios. Jesús le respondió: Tú lo has dicho. Además os digo que en adelante veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo.

Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: ¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ya lo veis, acabáis de oír la blasfemia: ¿Qué os parece? Ellos contestaron: Es reo de muerte.


Reflexión

Ante el tribunal de la nación[1]


Serían como las dos de la madrugada del viernes. Para no despertar sospechas en la oscuridad nocturna, la comitiva de guardias del templo había rodeado las murallas de la ciudad, mientras los soldados romanos mantenían en alto sus espadas desenvainadas y las antorchas encendidas. Subiendo por el flanco oriental de la ciudad, entraron en ella por la Puerta de los Esenios, muy cerca del palacio del Sumo Sacerdote y no muy lejos del Cenáculo. Una vez llegados allí, el grupo se disolvió: el preso y los guardias del templo se quedaron en el palacio sacerdotal, mientras la cohorte de legionarios romanos se dirigía al cuartel general de la torre Antonia.


El proceso debía llevarlo a cabo el Gran Consejo del Sanedrín, presidido por el Sumo Sacerdote de turno, que este año era Caifás. Pero, por deferencia, presentaron primero el preso ante Anás o Ananías, jefe de un poderoso linaje sacerdotal, la personalidad con mayor poder entre los judíos en los días de Jesús. Había sido Sumo Sacerdote durante nueve años, y tanto era su poder, que, después de él, cinco de sus hijos ejercieron el mismo cargo, y el actual, Caifás, era su yerno. Todo esto explica la deferencia que el Sanedrín tuvo con Anás, que, si no poseía poder legal, su opinión pesaba mucho en aquel simulacro de juicio.


El Pobre de Nazaret, amarrado con cordeles, pero revestido de una sorprendente dignidad, fue presentado ante el viejo oligarca.


—Jesús de Nazaret —le amonestó Anás—. Tu nombre ha recorrido el territorio de Israel y nuestros archivos están llenos de referencias, y no precisamente luminosas, sobre tus actuaciones. En el nombre santo del Dios de Israel, y a título de tantos antecedentes como obran en nuestro poder, el Gran Consejo ha decretado que seas detenido y que comparezcas ante el tribunal nacional de Israel. A pesar de no estar yo constituido en este momento como juez de Israel, quiero imprimir una pequeña orientación a este proceso. Dinos, pues, algunas palabras sobre tu doctrina y tus discípulos.


El Pobre de Nazaret levantó sus ojos, bañados de una seguridad tan intensa, nimbado su rostro de una paz tan profunda que hubiera desconcertado a cualquier juez, salvo al viejo y astuto Anás.


—He sembrado el Reino —contestó Jesús—, podado las viñas y arado los campos en la temprana aurora y en pleno mediodía; y en alas del viento mis palabras se esparcieron por los montes de Israel. Nunca he actuado clandestinamente, no he fundado cofradías secretas ni he predicado sabidurías arcanas. Abrí mi boca a la luz del sol en las sinagogas y en el atrio exterior del templo, donde se dan cita todos los hijos de Israel, en cuyos ojos puse visiones llenas de luz, capaces de transformar el aliento en hogueras. He tocado el tambor a la puerta de las humildes cabañas, y mis palabras danzan de boca en boca. Y, por cierto, todo esto es bien conocido por ti. ¿A qué viene, pues, ahora tu pregunta?


No obstante su redomada astucia, el viejo Anás quedó desconcertado ante la sensatez de la respuesta de Jesús, sin saber qué nueva pregunta formular. Al ver a su amo en apuros, el más servil de sus subalternos quiso desplegar una cortina de humo para distraer la atención de los asistentes; y con ese propósito no se le ocurrió mejor estratagema que aproximarse al pobre cautivo y propinarle una sonora bofetada, diciéndole:

— ¿Así te atreves a contestar a tan alta autoridad de Israel?


¿Quién sería capaz de permanecer indiferente ante una ofensa tan gratuita? Y más teniendo en cuenta que abofetear públicamente a un hombre, y con mayor razón si no había mediado provocación alguna, constituye una ofensa particularmente grave.


Es difícil que en un caso como éste el ofendido pueda permanecer impávido. Dirigiendo su mirada al insolente, Jesús reaccionó con una increíble serenidad: "Si he dicho alguna palabra incorrecta, da prueba de ello; pero si no he dicho nada inconveniente, ¿por qué me pegas?" El corazón de quien reacciona de esta manera está muerto como el viejo tronco de un roble abatido por el rayo muchos lustros atrás. ¿Qué mella pueden hacer en él los golpes del hacha? Es inútil: en el vacío absoluto no pueden levantarse vientos ni olas.


—Armaste un escándalo de proporciones en la explanada del templo días atrás —arguyó Anás—. ¿Se puede saber con qué autoridad haces estas cosas?

—El Eterno —respondió Jesús— ya está harto de tanto mugido de bueyes y de tantos olores agrios de sacrificios. Vosotros habéis levantado sus altares sobre estiércol de vacas, y el honor de Dios anda por los suelos, entre las pezuñas de los terneros. ¿Se puede saber con qué autoridad hacéis vosotros estas cosas? El tribunal de la Humanidad tiene su asiento en el silencioso corazón del hombre y en la pupila de los ojos de Dios, y no en los estrados que vosotros habéis levantado sobre palabras vacías y teorías vanas. El hombre desciende de los reyes o de los esclavos que vivieron a lo largo del tiempo; por eso hay hombres que nacen soberanos y otros que nacen siervos. ¿Se puede saber cuál es la alcurnia de quienes ahora se sientan en la cátedra de Moisés?


Correspondencia con el Patrimonio TOV

[1] El Pobre de Nazaret. 8. Consumación. Ante el tribunal de la nación.

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