Cuando una persona vive intensamente la presencia de Dios, cuando un alma experimenta inequívoca y vitalmente que Dios es el Tesoro infinito, Padre queridísimo, Todo Bien y Sumo Bien, que Dios es Dulcedumbre, Paciencia, Fortaleza… el ser humano puede experimentar tal vitalidad y tal plenitud, tal alegría y tal júbilo, que en ese momento todo en la tierra, fuera de Dios, parece insignificante. Después de saborear el amor del Padre se siente que en su comparación nada vale, nada importa. Todo es secundario. ¿El prestigio? Humo y ceniza. ¡He aquí la gloriosa libertad de los hijos de Dios!
6 de julio
El Sentido de la Vida – Padre Ignacio Larrañaga
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