Desde las profundidades de su conciencia de finitud e indigencia, surge en el hombre, explosiva e inevitable, la necesidad y el deseo de relación. Si, en hipótesis, imagináramos un hombre, literalmente solo en una selva infinita, su existencia sería un círculo infernal que lo llevaría a la locura, o el tal sujeto regresaría a las etapas prehumanas de la escala vital.
Al perder aquel vínculo instintivo que lo ligaba vital- mente a las entrañas de la creación, emergió en el hombre ía conciencia de sí mismo. Entonces se encontró solo, indigente, desterrado del paraíso, destinado a la muerte, consciente de sus limitaciones. ¿Cómo salvarse de esa cárcel? Con una salida. La necesidad de relación deriva de la esencia y conciencia <le ser hombre.
Al tomar conciencia de sí mismo, nace, en la persona, dos vertientes de vida: ser el mismo y ser para el otro. La única salvación, repetimos, «s la salida (relación) hacia los demás. Hablamos de "salida" porque cuando la persona se auto posee. toma conciencia de sí misma, se siente como encerrada en un círculo. Habría otras "salidas" para liberarse de ese temible círculo: la locura, la embriaguez —que es una locura momentánea— y el suicidio. Pero estas "salidas" no salvan sino destruyen. Son alienación.
Si ser soledad (interioridad, mismidad) es constitutivo de la persona, también lo es, y en la misma medida, ser relación. Es, pues —el hombre— un ser constitutivamente abierto, esencialmente referido a otras personas: establece con los demás una interacción, se entrelaza con ellas, y se forma un nosotros: la comunidad.
Los demás tienen, también, su "yo" diferenciado, inefable e incomunicable. Los demás son, también, misterio. Yo tengo que ver, en ellos, su "yo"; ellos tienen que ver, en mí, mi "yo". Los demás no son, pues, el "otro", sino un "tú". Yo no debo ser "cosa" para ellos, ni ellos tienen que ser "objeto" para mí.
Del hecho de que los demás sean un "tú" —de consiguiente, un misterio sagrado— emergen las graves obligaciones fraternas, sobre todo ese decisivo juego apertura-acogida, y también aquellos dos verbos que san Fran- cisco utiliza, cuando habla de relaciones fraternas: respetarse y reverenciarse. ¡ Qué formidable programa de vida fraterna: reverenciar el misterio del hermano!
Dicen que la persona hace la comunidad, y que la comunidad hace la persona. Por eso mismo, yo no encuentro contraposición entre persona y comunidad. Cuanto más persona se es, en la doble dinámica de su natura- leza, la comunidad irá enriqueciéndose. Y en la medida en que la comunidad crece, se enriquece la persona, como tal. Ambas realidades —persona y comunidad— no se oponen, pues, sino que se condicionan y se complementan.
Ignacio Larrañaga - Sube Conmigo
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