“Mi rostro no se puede ver”, dice el Señor en la Biblia. Como el sol que, al atravesar por una tupida enramada ya no es el sol, sino una luminosidad tamizada, de la misma manera, mientras dure la peregrinación de la fe, nos tendremos que conformar con vestigios fugaces (de Dios), destellos, huellas, comparaciones, analogías, deducciones…, pero cara a cara no se le puede ver, no podemos poseer inconfundiblemente la substancia inalienable e ineludible de Dios, no podemos abrazarlo. Es el Dios de la fe.
18 de octubre
El Sentido de la Vida – Padre Ignacio Larrañaga
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