Originalmente, el hombre es limitación e impotencia. He aquí otro hondo manantial de sufrimiento para el hombre: sus propias fronteras. Desea mucho y puede poco. Apunta alto y clava bajo. Se esfuerza por agradar y no lo consigue. Se propone metas concretas y queda a medio camino. La sabiduría aconseja abrir los ojos y aceptar sin pestañar la realidad tal como es: que somos esencialmente desvalidos, que nacimos para morir, que nuestra compañía es la soledad, que la libertad está gravemente herida, que con grandes esfuerzos vamos a conseguir pequeños resultados. El hombre sabio comienza por aceptar con paz sus fronteras y limitaciones y, como consecuencia, se instala en la morada de la paz.
27 de julio
El Sentido de la Vida – Padre Ignacio Larrañaga
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