Es preciso despertar. Y despertar es salvarse; es economizar altas cuotas de sufrimiento.
¿Qué es, pues, despertar? Es el arte de ver la naturaleza de las cosas, en uno mismo y en los demás, con objetividad, y no a través del prisma de mis deseos y temores.
Despertar es tomar conciencia de tus posibilidades e imposibilidades. Las posibilidades, para abordarlas, y las imposibilidades, para dejarlas de lado; darte cuenta de si un determinado hecho tiene remedio o no; si lo tiene, para encontrarle solución; si no lo tiene, para olvidarlo; tomar conciencia de que los hechos consumados, consumados están, y es inútil darse de cabeza contra ellos.
Despertar es darte a ti mismo un toque de atención para caer en la cuenta de que te estás torturando con pesadillas que son pura fantasía, de que lo que te espanta no es real; darte cuenta de que estás exagerando, sobredimensionando cosas insignificantes, y que las suposiciones de tu cabeza las estás revistiendo con visos de veracidad.
No te das cuenta de que tus aprensiones son sueños malditos, y nada más; y tus temores, puras quimeras. ¿Por qué tomarlas en consideración? Déjalas a un lado, porque son meros abortos de tu mente. Saber que los sueños, sueños son; saber dónde comienza la ilusión y dónde la realidad. Saber que todo pasará, que aquí no queda nada, que todo es transitorio, precario, efímero. Que las penas suceden a las alegrías, y las alegrías, a las penas; saber que aquí abajo nada hay absoluto; que todo es relativo, y lo relativo no tiene importancia o tiene una importancia relativa.
Despertar, en suma, es saber que estabas durmiendo.
Basta despertar, y se deja de sufrir. A media noche, el mundo está cubierto de tinieblas. Amaneces, y... ¿dónde se escondieron las tinieblas? No se escondieron en ninguna parte. Sencillamente, no eran nada. Y al salir la luz se ha comprobado que eran nada.
De la misma manera, cuando tú estabas dormido, tu mente estaba poblada de sombras y tristeza. Amanece (despiertas), y ahora ves que tus temores y tristezas eran nada. Y al despertar se esfuma el sufrimiento, como se esfumaron las tinieblas al amanecer.
Basta despertar, y se deja de sufrir.
Siempre que te sorprendas a ti mismo, en cualquier momento del día o de la noche, agobiado por la angustia o el temor, piensa que estás dormido o soñando; haz una nueva y correcta evaluación de los hechos, rectifica tus juicios, y verás que estabas exagerando, presuponiendo, imaginando. Dedícate asiduamente al ejercicio de despertar. Siempre que te encuentres turbado, levanta la cabeza y sacúdela; abre los ojos y despierta. Muchas tinieblas de tu mente desaparecerán, y grandes dosis de sufrimiento se esfumarán. Verás.
Este es el segundo ángel en el camino: despertar. A lo largo de los capítulos siguientes, frecuentemente haremos resonar este clarín: ¡despierta!
Del sufrimiento a la paz
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