Jesús salta al combate del espíritu después de experimentar el amor del Padre. En el crecimiento evolutivo de sus experiencias humanas y también divinas (Le 2,52), Jesús, siendo un joven de veinte o veinticinco años, fue experimentando progresivamente que Dios no es, sobre todo, el Inaccesible o el Innominado, aquel con quien había tratado desde ¡as rodillas de su Madre.
Poco a poco, Jesús, dejándose llevar por los impulsos de intimidad y ternura para con su Padre llegó a sentir progresivamente algo inconfundible: que Dios es como un Padre muy querido; que el Padre no es, primeramente, temor sino Amor; que no es, primeramente, justicia sino Misericordia; que el primer mandamiento no consiste en amar al Padre sino en dejarse amar por El.
La intimidad entre Jesús y el Padre fue avanzando mucho más lejos. Y cuando la confianza —de Jesús para con su Padre— perdió fronteras y controles, un día (no sé si era de noche) salió de la boca de Jesús la palabra de máxima emotividad e intimidad: ¡ Abbá, querido Papá!
Sube Conmigo
2. Jesús en la fraternidad de los doce.
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