De los discípulos, algunos fueron sorprendidos en su cotidianeidad, inmersos y absorbidos en sus faenas comunes. No se habla de procesos evolutivos de su iniciación, de los posibles motivos de la llamada o del seguimiento, o de la estructura de personalidad de los elegidos. Les exigía dejarlo todo, renunciar a cuanto tenían, venderlo y distribuirlo entre los pobres; y esto no por consideraciones o exigencias ascéticas, sino por la independencia y autonomía que necesitaban, como requisito indispensable para estar disponibles para el servicio del Reino.
La formación de los discípulos se concretizó y se llevó a efecto durante los días apostólicos, mientras vagaban de un lado para otro, caminando juntos durante el día, durmiendo de noche bajo las estrellas, compartiendo el pan, la fatiga y las emergencias inherentes a la misión; en suma, el discipulado era un hogar itinerante, una familia en camino; ésta fue su escuela de formación.
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