¡Amor! Palabra mágica y equívoca. ¿Qué es el amor? ¿Emoción? ¿Convicción? ¿Concepto? ¿Ideal? ¿Energía? ¿Éxtasis? ¿Impulso? ¿Vibración? Lo que se vive, no se define. Tiene mil significados, se viste de mil colores, confunde como un enigma, fascina como una sirena.
Hay quienes piensan que no existe diferencia entre el amor y el odio, y que éste es la otra cara de aquél. Otros dicen que el egoísmo y el amor son una misma energía. Y así es. Sólo cambia el destinatario. Las calles están llenas de cantares, y los cantares están llenos de amor. En nombre del amor se inventan bellas mentiras, en su nombre la muerte se viste de vida y —¡ cuántas veces!— la vida se viste de muerte.
Sus banderas son una rosa y un corazón. Dicen que su cúspide más alta es el amor de una madre. Pero nos hablan también de las madres posesivas que, parece que aman hasta el paroxismo, cuando en realidad se aman a sí mismas. Todo está lleno de equívocos. Necesitamos poner claridad.
Fuente primera del amor
El hombre más sensible del Evangelio, respecto del amor, es Juan. Sus pensamientos y decires cristalizan en la preocupación fraterna. Tanto en el cuarto evangelio como en sus cartas, el amor fraterno es como una densa melodía que recorre las páginas, ilumina todo y lo llena de sentido.
Ningún guía tan experto como Juan para esta peregrinación por los senderos de la fraternidad. En su compañía subiremos, a contra corriente, el río de la historia, hasta llegar al Manantial original de las aguas inmortales: Dios.
Ignacio Larrañaga - Sube conmigo
Comments